Misofonía, hiperacusia y fonofobia

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La misofonia es el odio a sonidos específicos como por ejemplo: mascar un chicle, masticar comida con la boca abierta o cerrada, serpentear los labios, morderse las uñas, algunos de los sonidos que se emiten al hablar, la respiración, clicar un boli, el golpeteo de un lápiz, ruidos nasales, carraspeo, succión de alimentos o bebidas, olfateo, la risa de los niños, el canto de los pájaros, ladridos y taconeos, entre otros. – Imagen de Nicola Giordano en Pixabay.

El doctor David Ezpeleta, neurólogo en el Hospital Universitario Quirónsalud Madrid, miembro activo de la Sociedad Española de Neurología (SEN), la define como “una reacción exagerada a sonidos muy específicos dentro de un contexto cotidiano y normal.

Las personas con este síntoma reaccionan con respuestas tales como desagradado, ansiedad, sudoración e incluso ira y elevaciones de la tensión arterial y la temperatura a sonidos tan triviales como los que produce otra persona al masticar, respirar, silbar, separar los labios o dar golpes con los dedos sobre una mesa.

En algunos casos, los sonidos que disparan estas reacciones también pueden producirse por animales, objetos, como el ruido de un motor lejano o el pasar de un avión”. Su origen es desconocido, sin embargo el especialista en neurología cuenta: “En algunos casos este síntoma se asocia a los acúfenos o a ciertas enfermedades de índole psiquiátrica o del neurodesarrollo es sin duda una buena pista.

El modelo fisiopatológico vigente asume que existe un aumento de la conectividad entre las estructuras cerebrales auditivas y límbicas relacionadas con respuestas emocionales y vegetativas (desagrado, nerviosismo, sudoración, aumento de la tensión arterial), algo muy probable dado su carácter repetitivo debido a la disponibilidad cotidiana de los estímulos, base de una respuesta refleja condicionada con el subsiguiente tatuaje subcortical y cortical.

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Por otro lado, la ocasional asociación con el trastorno obsesivo compulsivo, los autismos, el síndrome de Tourette o la ansiedad nos habla de conductas premonitorias y por ende de evitación; así, el mero hecho de intuir que determinado sonido se va a producir, adelanta las consecuencias del síntoma.

Además, existe un componente psicológico de animadversión, pues es habitual que la misofonia se produzca ante estímulos sonoros banales producidos por la pareja o familiares cercanos”. En líneas generales la misofonia no puede definirse como una enfermedad, como afirma el doctor Ezpeleta: “En la mayoría de los casos hay que considerar esta experiencia como una desviación fisiológica ocasional, si bien puede hacerse francamente molesta en situaciones de estrés y si se abusa de estimulantes como el café.

Sin embargo, sí existen enfermedades en las que la misofonia es más frecuente, como el trastorno obsesivo-compulsivo, el síndrome de Tourette, ciertos tipos de autismo y los tan habituales cuadros ansioso-depresivos. En estos casos, la misofonia no es una enfermedad en sí, sino un síntoma de las anteriores.

Finalmente, algunos pacientes padecen misofonia discapacitante sin muestras de un proceso neuropsiquiátrico responsable. Sólo en estos casos podría hablarse de enfermedad”.

Hiperacusia, misofonia y fonofobia

La principal diferencia entre la misofobia y otros trastornos auditivos como la hiperacusia y la fonofobia es que la primera es una respuesta desproporcionada a sonidos específicos, sea cual sea la intensidad de los mismos. Por su parte el neurólogo explica que “en la hiperacusia también existe una respuesta exagerada a los sonidos ambientales, con frecuencia referida en forma de dolor, pero en este caso se perciben con mayor intensidad y afecta a la mayoría de los sonidos, sin selectividad.

Los pacientes con fonofobia tienen reacciones de ansiedad y en sentido estricto miedo ante determinados estímulos sonoros. No es raro que incluso los médicos confundamos estos dos últimos términos: por ejemplo, en la migraña lo habitual es hablar de fonofobia como síntoma asociado al dolor de cabeza, cuando lo que en realidad el paciente padece es hiperacusia.

El acúfeno es un trastorno diferente, si bien puede relacionarse con los anteriores. En este caso, no existe estímulo externo, sino que el paciente percibe un sonido interno, un ruido abstracto, que se hace más intenso en situaciones de silencio sonoro”.

Los primeros en poner nombre a la misofonia fueron Margaret M. Jastreboff y Pawel J. Jastreboff en el año 2001 y la definieron como: “Una serie de reacciones anormalmente fuertes de los sistemas límbicos y autonómicos resultantes de conexiones mejoradas entre los sistemas auditivos y límbico”.

Es importante destacar que la misofonia no implica una activación significativa del sistema auditivo; de ahí que no necesariamente las personas que padecen misofonia tengan por qué tener problema auditivo alguno, aunque hay casos en los que coinciden. Mientras que en algunos casos son algunos de los sonidos ya citados los que despiertan esta sensación de ira, algunos de los que la padecen, únicamente experimentan aversión a esos sonidos cuando proceden de determinadas personas.

De ahí que la convivencia con la persona que genera esos ruidos pueda ser incluso desagradable. Algunos de los pacientes emplean cascos de música a la hora de comer para no escuchar el sonido que tanto les desagrada. A diferencia de otros trastornos auditivos similares, la misofonia no hace que la persona sienta fobia o miedo hacia un determinado ruido, simplemente rechazo o aversión.

Un estudio publicado en 2013 por Schöder afirmaba que “la reacción más común es la irritabilidad, seguida de disgusto y enfado” En este estudio se plantea que la misofonia es “una variante del trastorno del espectro obsesivo-compulsivo”. Aunque la misofonia pueda guardar alguna similitud con otras dolencias auditivas como el tinnitus y la hiperacusia, las personas con misofonia no padecen, en líneas generales ningún trastorno psiquiátrico y existen algunas terapias que ayudan a los pacientes a reducir sus respuestas ante los sonidos de activación.

En estas terapias por lo general suele ser beneficioso que también participen los miembros de la familia del afectado o la afectada para lograr entender que el paciente no es consciente de su sensación de ira, que es un acto involuntario, resultante del estrés del sonido.

El apoyo y la comprensión de la unidad familiar es bastante positivo para los pacientes, ya que en grados muy elevados de misofonia, se convierte en algo insufrible tanto para el afectado como para la gente que convive con él. De ahí que como señala el doctor Ezpeleta podamos ayudar a aquellas personas que lo padecen; “Simplemente, comprendiendo su problema, aceptando sus reacciones y si es posible, cambiando algunos de nuestros hábitos (dejar de hacer ruido al tomar sopa no es tarea difícil, por ejemplo).

Ahora bien, si la población general es normalmente incapaz de comprender a alguien que sufre algo tan frecuente como la depresión, ¿qué esperar ante lo que parece un capricho?”. No obstante, sería conveniente que sepamos comprender el problema, porque pese a que no es frecuente, la misofonia puede “producir conductas de evitación y aislamiento.

Quienes la padecen suelen ser conscientes de que sus reacciones ante los sonidos o los movimientos que los anuncian son desproporcionadas, pero en ocasiones optan por la dejación de sus relaciones escolares, sociales, familiares o en el trabajo, con merma de sus metas personales y profesionales” añade el neurólogo.

La misofonia puede presentar distintos grados de afección, comenzó a investigarse hace apenas 15 años y aún queda mucho camino por recorrer. Hay algunas escalas que ayudan a los especialistas a saber cuál es la gravedad de la misofonia de sus pacientes; David Ezpeleta nos explica algunas: “Se han desarrollado escalas que miden su gravedad, como la ‘Misophonia Activation Scale’ y la ‘Amsterdam Misophonia Scale’.

Estas herramientas diagnósticas se utilizan en centros muy especializados y son ajenas a la práctica neurológica diaria. A nuestro juicio, lo que de verdad importa es si el síntoma altera o no el desempeño cotidiano de quien lo sufre.

Si la misofonia es constante, si provoca conductas de evitación con consecuencias personales, familiares, sociales o laborales, si las reacciones de desagrado, angustia e irritabilidad son desproporcionadas, o si estas reacciones se anticipan al estímulo (por ejemplo, cuando nada más ver ciertos movimientos en una persona se presagia un sonido y aparece la inquietud), estamos ante un enfermo”.

Una de las formas más sencillas de tratar la misofonia es por medio de la escucha de sonidos delicados que contribuyan a la relajación de quien la padece, incluso emplear un mp3 ante la exposición al estímulo auditivo perturbador resulta una buena alternativa. Los pacientes no deben ser forzados a aceptar los aquello que les desestabiliza, pero si es cierto que se les puede desensibilizar poco a poco de los sonidos agresivos por medio de su introducción de forma controlada, mezclados siempre con otros agradables.

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Además según el experto “en muchos casos, la simple explicación del fenómeno, incidiendo en su carácter benigno, puede ser suficiente. Cuando el trastorno es la norma y condiciona la vida de quien lo padece, pueden considerarse varias alternativas. Lo más obvio, como tapones en los oídos, ponerse música o buscar fuentes de distracción, son conductas que adoptan los propios pacientes.

Se han descrito buenos resultados con tratamientos avanzados similares a los que se usan en pacientes con acúfenos, que incluyen estrategias de estimulación multisensorial, audición de ruido blanco y psicoterapia de extinción de reflejos condicionados.

Otra forma de afrontar el problema es la habituación a los estímulos sonoros y visuales, al igual que en las fobias. En los casos asociados a trastornos neuropsiquiátricos, el tratamiento farmacológico estándar puede reducir el síntoma”.

Vía: elmundo.es