¡ Pusieron pelotas de tenis en las sillas… y lo que pasó después fue increíble !
Una idea ingeniosa que nace del corazón y la empatía
Paula tiene 9 años y cursa cuarto grado en el Colegio Infanta Leonor, en Tomares (Sevilla). Es una niña alegre, cariñosa y muy querida por sus compañeros. Pero su día a día no es como el de cualquier alumna. Paula vive con el Síndrome 22q11, una enfermedad genética poco común que le causa, entre otras cosas, una fuerte hipersensibilidad auditiva. – (Imagen ilustrativa creada con AI).
Los ruidos habituales en un aula —como el arrastre constante de sillas sobre el suelo— le generaban un malestar intenso, hasta el punto de afectar su concentración, su bienestar emocional y su participación en clase. Pero gracias a una idea sencilla y solidaria, su realidad cambió para mejor.
La solución: pelotas de tenis para silenciar el aula
Todo empezó cuando su madre, Manuela Milán, buscó alternativas para reducir el ruido en el entorno escolar. En esa búsqueda, descubrió que una técnica común en algunos colegios del mundo consiste en colocar pelotas de tenis usadas en las patas de las sillas. Así, se evita el rechinar molesto y se amortiguan los sonidos que a muchos les resultan insignificantes, pero que para Paula eran un verdadero suplicio.
Manuela compartió la idea con el tutor de Paula, el maestro Miguel Jurado, quien no dudó en actuar. Solo dos días después, la Escuela de Tenis del Club Zaudín donó un saco entero de pelotas para la clase. En poco tiempo, todas las sillas del aula estaban adaptadas.
Y el efecto fue inmediato.
Una clase más silenciosa y más inclusiva para todos
El cambio no solo benefició a Paula. Sus compañeros también notaron la diferencia. El ambiente es ahora más tranquilo, y la concentración mejoró para todos. Pero lo más importante: Paula volvió a sentirse cómoda, segura y feliz en clase.
“Fue un alivio enorme para ella”, relata su madre. “El ruido era constante y le generaba mucha ansiedad. Desde que adaptaron las sillas, está mucho más tranquila”.
Además, la pérdida auditiva progresiva que sufre —actualmente del 50% en un oído y del 40% en el otro— hacía cada vez más difícil su día a día en el aula. Por eso, este pequeño cambio representa un gran avance en su calidad de vida escolar.
Cuando la empatía es parte de la enseñanza
El maestro Miguel Jurado conoció a Paula hace un año y reconoce que, al principio, se sintió abrumado al enfrentarse a una condición médica que no conocía. “Nunca había oído hablar del Síndrome 22q11, y me preocupaba no saber cómo ayudarla. Pero con el tiempo entendí que mi labor como docente no es solo enseñar contenidos, sino también crear un espacio donde todos puedan aprender en igualdad”.
Para Miguel, ser maestro implica mucho más que enseñar a leer, escribir o hacer cuentas. “Es también preocuparse por la felicidad y la salud de cada alumno, conectar con sus familias y transmitir esos valores a toda la clase”, subraya.
Una comunidad escolar unida por la inclusión
Desde la dirección del colegio también se destacó el esfuerzo colectivo. La directora, Susana Domínguez, agradeció el compromiso de la familia de Paula y la dedicación del maestro: “Tenemos la suerte de contar con docentes que miran más allá de lo académico, con padres comprometidos, y con una niña que nos ilumina cada día con su sonrisa”.
Y es que, detrás de este gesto aparentemente pequeño, hay una gran lección: la inclusión real se construye con empatía, compromiso y acciones concretas. A veces, con algo tan simple como una pelota de tenis.
¿Conocías esta idea para reducir el ruido en las aulas?
Este tipo de soluciones nos recuerdan que, cuando hay voluntad, se pueden lograr grandes cambios con muy poco. Si tenés experiencias similares o ideas para hacer las aulas más inclusivas, dejá tu comentario abajo o compartí esta historia para inspirar a otros.